Los apagones de Soná



Por:  Miriam Rizcalla de Cornejo

     Cae la tarde, el sol se oculta en el horizonte.  El bullicio incesante del ir y venir de la gente, los autos, los artefactos eléctricos, lentamente todo va cediendo paso al silencio.

     Noche sin luz.  Una vez más, los apagones de Soná que llegan sin previo aviso.  Los minutos pasan, se convierten en horas y más horas de larga espera.  Nada.  Aquella cerrada noche, vestida de negro, casi lastima los ojos, que forzados, se abren desmesuradamente en un intento fallido por ver en medio de la oscuridad.

     La noche cubre con su manto oscuro el tranquilo y apacible pueblo de Soná.

     Las abuelas mandan a la chiquillera a la tienda más cercana para comprar un par de velas con las cuales alumbrar lo necesario en casa, no sea que alguien se vaya a caer para sumar un inconveniente más al que ya se tiene.

     Otras sacan sus lámparas de kerosín, prenden el fosforito y lo acercan al pedacito de tela -o mechón- que encenderán aquellas antiguas y tradicionales lamparillas.  De igual manera, otros iluminarán sus noches oscuras con sus guarichas de latas tan populares en los pueblos y campos más lejanos donde, hasta el presente, carecen de electricidad.

     El silencio se hace notar, la costumbre de hablar alto desaparece.  Todos se reúnen en los portales de las casas o se sientan a orillas de la calle a echar cuento.   Hablan despacio.  Ríen con discreción. La noche se torna fresca, más de lo habitual.  El silencio del entorno los abruma, los inquieta.  Pocos momentos tan propicios para los cuentos de tuliviejas, el hombre sin cabeza, las brujas de San José...asustados todos al rato dirán para molestar:  Cuida'o que viene el "Cuco" , buscando infundir miedo, especialmente a los chiquillos...

     Los apagones de Soná son tan frecuentes que a nadie sorprende ya.  Así como Soná sin sus aguaceros no es Soná, de la misma manera, Soná sin sus apagones tampoco lo es.  Pero, como de todo lo malo siempre se extrae algo bueno, estos apagones sirven para transportar a la gente al pasado y recordar, o imaginar, cómo eran aquellos tiempos sin luz, cuando para todos era lo más natural vivir en medio de la oscuridad, sin más luz que el resplandor de las luciérnagas, la luna llena o sus guarichas...hasta que llegaron  los faroles y, posteriormente, la planta eléctrica de Soná.