Por: Miriam Rizcalla de Cornejo
Mi padre era un hombre muy creyente en Dios. Era yo apenas una niña, lo recuerdo claramente. Caía la tarde en Soná, empezaba a obscurecer. Me llamó, con aquel acento tan suyo -Miriam, venga mijita, mire aquí- me acerqué para ver de qué se trataba, había urgencia en su voz. Cuando estuve a su lado, me indicó con un gesto hacia arriba, cerca de una lámpara. Fue entonces cuando advertí de qué se trataba. Sobre la pared descansaba muy quieta una bella y muy colorida mariposa, la más hermosa jamás vista, al menos esa fue la impresión que produjo en mis ojos de niña y en los de mi anciano padre. Fíjese, me decía, arrobado ante aquella preciosidad y convencido que ni da Vinci o Miguel Angel podrían obtener aquellos colores tan únicos, aquel diseño cuya precisión no era más que perfecto- y todavía hay quienes dicen que Dios no existe...
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El pinzón de Gould o diamante de Gould
Hermoso y deslumbrante pajarito originario de Australia |
Nunca olvidé esas palabras. Hoy, al ver esta belleza de pajarito, las palabras de mi padre suenan y resuenan haciendo eco en mi memoria. Al mostrarle esta imagen a mi hija, hizo la misma pregunta que hiciera yo al momento de verla ¿es esto de verdad? Rebusco dentro de mí las palabras más extraordinarias que describan la belleza incomparable de este pajarito y todo intento me resulta infructuoso, no las encuentro, porque no las hay...un hermoso regalito de la naturaleza por el que ruego a Dios la mano del hombre no desaparezca, ya que está en peligro de extinción. Hoy, repito a mi hija las palabras de mi padre...y todavía hay quienes dicen que Dios no existe...