La niña Cliota



Por:  Miriam Rizcalla de Cornejo

Soná.  Un domingo de cualquier mes y de cualquier año guardado en los recuerdos.  El ir y venir de la gente, como es costumbre, le imprime vida al pueblo.  Una señora, que llamaremos T, muy religiosa, no se perdería por nada su misa dominical.  Finalizada la misa de las diez de la mañana pasaría acompañada por su esposo a comprar en su tienda de siempre, aquella donde toda la vida hiciera sus "compritas", como diría ella.  

Al llegar, el saludo formal y respetuoso.  Un señor de avanzada edad, siempre colorado, producto del calor extenuante de Soná y del incesante trabajar del día, lo que lo mantenía con vida, siempre activo, dinámico y, a su manera, feliz, le respondía con afecto.  Luego del saludo no podía faltar la pregunta de siempre:  "¿Y cómo está la niña Cliota?".  Cerca, y con rostro sonriente, más por educación que otra cosa, le respondería:  "Bien gracias, cómo está señora T".  Sus hermanos no podían por menos que mirarse entre sí, pues bien sabían lo que a su hermana le molestaba que le cambiaran el nombre.  Sonrientes, le saludaban también.  Continuaba la señora T con sus saludos y ocurrencias divertidas, porque para parlanchina había que buscarla, hablaba por diez y no dejaba espacio ni para responder lo que preguntaba.  Entre conversación y cuentos aquello parecía un confesionario.  Lo mismo reía con entusiasmo que lloraba de amargura por alguna situación adversa acaecida en su vida...Continuaba hablando, y entre bocanadas de aire seguiría su cuento, que de no terminar ese día empataba para su próxima visita. 

La niña, en este caso Cliota, era una expresión utilizada, especialmente por las personas del campo o muy mayores, para referirse a las jovencitas del pueblo.  Esta joven en realidad no se llamaba Cliota, su nombre es Clotilde, y aunque para muchos no ofrezca dificultad alguna pronunciarlo hay que ver que para otros resulta todo un suceso.  Si los nombres pudiesen adquirir formas de cosas o animales, Clotilde sería semejante a un camaleón por lo camaleónico de sus transformaciones.  Pocas veces un nombre pudiera adquirir en un tris tras semejante metamorfosis, aquellas alteraciones iban desde Cleotilde a Cliotilde, pasando por Cliote, Clioty, Cliotys, Cleote, Clota y por supuesto Cliota, tal y como le diría la señora T:  La niña Cliota.  Para su hermano, el preferido a la hora de molestarla sería invariablemente  Clota.

Para su tranquilidad los que le cambiaban el nombre de uso común eran los menos, pues ni siquiera por su verdadero y correcto nombre le llamaban, para todos en el pueblo y por aquellos que tuvieron y tienen la gracia de conocerla era, y es, simple y sencillamente Cloty.

Se preguntaba por qué le pusieron semejante nombre.  ¿Cómo era posible que no hubiesen encontrado un nombre más gracioso, elegante y refinado?  ¡Clotilde!  En su opinión, era un nombre aseñorado y, para acabar de rematar, la señora Clotilde  era la bruja del '71 en lo que sería el programa humorístico mejor sintonizado en sus años de adolescencia:  Chespirito.  ¡Qué bochorno!  Sucede que su nombre, es el resultado de la mezcla del inicio  del nombre de su padre y el término del nombre de su abuela paterna, es decir, de Clovis y Matilde surgiría el mágico y encantador nombre de Clotilde.  Pero esto no termina aquí, Clovis es un nombre francés, y aunque Clotilde proviene del germánico Chlodhilde, su padre, con marcada influencia francesa, tomaría en cuenta algunos detalles históricos de la antigua Francia para nombrar a su hija.

Para aquellos que les gusta presumir de su nombre, han de saber que mujeres de rancio abolengo han portado en el pasado este nombre, así tenemos a Clotilde de Burgundia, esposa del rey Clovis y, en el presente, la actriz francesa, Clotilde Courau, hoy, princesa de Saboya.

Su hermana menor le diría más de una vez que debía sentirse feliz con su nombre, pues para ella realmente Cloty se escucha bonito...es único, diferente, con personalidad, le decía y la instaba a que lo pronunciara y lo sintiera:  Clo-ty, ¿escuchas?  Clo-ty...Sonreía.

Sí, sonreía siempre, acaso su sentido del humor y carácter apacible era lo que le confería, y hasta el presente, un encanto muy singular, a diferencia de sus hermanos que, aunque igual de buena gente, como dicen por ahí, con un carácter tantito más complicado.  De su hermana menor diría su madre:  "Caramba, muchachita ésta, no le supo sacar los ojos azules al padre para sacarle el carácter, es una copia de él!"  Y como toque de gracia, le preguntaría a quien fuera en el futuro su yerno:  "¿Dónde está mi limoncito agrio?"  refiriéndose a su hija.  ¡Tan encantadora!

Con el tiempo, como suele ocurrir con todo, Cloty se fue acostumbrando a que le llamaran de cualquier manera menos con su verdadero nombre.  La señora T, hoy envejecida y con paso lento, recorre las calles de Soná desde Los Toretos donde vive hasta la iglesia San Isidro, ubicada en el centro del pueblo.  Mientras viva y sus fuerzas se lo permitan sus visitas regulares a misa no dejarán de hacerse.  Es una eterna invitada a la Casa del Señor, invitación que de buen gusto acepta.  Una gran persona la señora T,  que supo ganarse el afecto de su niña Cliota, sus hermanos y familia toda.  Divertida y entretenida, no hay lugar para el aburrimiento junto a ella.   De vuelta a casa, pasará cerca de la que fuera su tienda de siempre y donde acostumbraba a hacer sus compritas, al ver algún familiar de Cloty, o quizá a ella misma, no faltará su eterno y cariñoso saludo para la niña Cliota.