Por: Miriam Rizcalla de Cornejo
En su libro, Paula, Isabel Allende describe una escena que de alguna manera asocié con la ancianidad de mi padre, la enfermedad de mi suegro y todos los ancianos que visité en alguna ocasión en Soná y otros lugares.
Sin ánimos de narrar la escena, y menos aún el libro, Allende describe su presencia en la habitación de una persona entrada en años y muy enferma: "...Olía a vejez y pobreza...".
Algo similar sucede con la mayoría de los ancianos -si no es que todos- especialmente cuando permanecen mucho tiempo en cama. Ésta en realidad es una atmósfera muy particular que los ancianos generan con su sudor y costumbres muy particulares, todo ello aunado al uso frecuente de productos de los cuales no pueden prescindir. Son amantes de una serie de curalotodo sin igual. Encontrar cerca de ellos un bay rum, alcohol, menticol y mentolato -entre otros productos- es más común de lo que cualquiera se pueda imaginar, esto sin mencionar otros detalles, sólo para guardar un toque de discreción.
En el caso de mi padre (102 años), el mentolato era algo casi milagroso. Un dolor de cabeza, un resfriado, una picada de mosquito, un razguño, una cortada accidental, todo, TODO tenía solución gracias a las bondades extraordinarias del bendito mentolato. Era algo así como el bálsamo de Fierabrás que usaba Don Quijote de la Mancha. Así no le hubiese sucedido nada de lo anterior el hábito de embadurnarse la nariz, el cuello, la frente y los párpados no se lo quitaba nadie.
Con los años grande fue mi sorpresa cuando escuché a un político, muy conocido en Soná, decir que tanto él como su esposa no podían dormir si no se daban la embarrá' del siglo en mentolato. Se declaraban adictos al bendito producto.
Y así como ellos, personas en los treinta y cincuenta años -realmente jóvenes- también lo hacen!
Al día de hoy ya no me sorprende que muchos, que jamás lo hubiese pensado, lo hagan, pues aunque usted no lo crea, sin necesitarlo de ninguna manera, heme aquí, la heredera de la costumbre con frecuencia embadurnada en mentolato! Sí, ¡yo! Y es que me resulta como un bálsamo para dormir. Sentir ese fresquito en los párpados me encanta! ¿Será que genera adicción y no lo sabemos? Lo cierto es que no tendré bay rum, menticol ni nada parecido, pero mi pote de mentolato no puede faltar cerca de mí. Y a usted ¿le gusta embarrarse de esa poción mágica de nuestros queridos viejitos?...