Pajareando por Soná



Por:  Miriam Rizcalla de Cornejo

"¡Ey! Vamos a pajarear"...era la manera de invitar, años atrás, a los amigos para ir de cacería, potrero adentro y bien armados:  una colorida chácara repleta de piedrecitas muy bien escogidas y el artefacto de ataque número uno jamás visto:  ¡El biombo!

Grandes y chicos, pues desde niños se iniciaban en esta aventura, se formaban en grupos y salían a pajarear por Soná.  Con sigilo, escondidos detrás de algún matorrón, esperaban pacientes la oportunidad para poner a prueba aquellos biombos y, en especial, vivir la adrenalina que supone dar en el blanco...PUM!  Tremenda puntería!  Así caían azulejos, sangre de toro, titibúas, tierreritas, ruiseñor y muchos más.

Con el pasar de los años esta manera de "divertirse" ha desaparecido para fortuna de los tiernos y hermosos pajaritos, que lo único que buscan es alimentarse, vivir y disfrutar su vida en libertad.  Hoy, con la amenaza de que muchas especies puedan desaparecer es una bendición que ya no se practique.  Ahora los niños van de cacería todo el día, pero insertados en la jungla del internet, al acecho de la información.

Quizá no había maldad ni deseo alguno de hacer daño, no había una conciencia real de lo que se hacía, sólo era visto como una distracción, un placer perderse en medio  del pajal, "aguaitar" muy quietos por su presa,  respirar profundo ese olor a hierba, a campo, observar y sentirse en medio de aquella escena tan natural, libres y en absoluta libertad!...¡aquello era la escencia de salir a pajarear!

Sin embargo, cualquier tipo de cacería, hace inevitable evocar los diálogos entre San Francisco de Asís y el temible lobo en la famosa poesía de Rubén Darío, titulada: "Los Motivos del Lobo", especialmente, cuando refiere cómo el ser humano caza por diversión, mientras que los animales lo hacen para alimentarse y sobrevivir.  ¡Es su ley!

A pesar de todo es difícil borrar aquellos recuerdos de quienes iban alegres, y sin preocupación alguna por las cosas de la vida, a pajarear por las fincas y potreros de Soná.  Afortunadamente, los adultos de ahora no se lo permitirían a sus hijos.  Los niños de hoy difícilmente entenderían aquella invitación tan frecuente un fin de semana o en tiempos de vacaciones:  "¡Ey! Vamos a pajarear"...